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Después de 26 días ‘en los zapatos del inmigrante,’ madres estudiantes reflexionaron sobre sus próximos pasos

Durante el verano, seis madres estudiantes de UC Berkeley, junto con sus hijos, caminaron 350 millas en “Un Sendero por la Humanidad,” en el que clamaron por una reforma migratoria a lo largo del camino, que concluyó en la frontera con México. La acción fue “ponerme en los zapatos del inmigrante,” dijo una de las líderes, Valeska Castañeda, estudiante del último año. (English verion here.)

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SAN DIEGO — Valeska Castañeda pasó una buena parte del verano en una caminata de 350 millas hacia México, con el fin de apoyar los derechos de los inmigrantes. La caminata fue intensa, por lo que para el comienzo del semestre de otoño en la universidad, su mente aún se encontraba – como ella misma menciona – palpitante con la experiencia.

Traducción en español por Teresa Garza Gomez

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La estudiante, que cursa el último año de su carrera en UC Berkeley, junto con cinco madres compañeras de la universidad, iniciaron la jornada en Merced, Calif. a mediados de julio en “Un Sendero por la Humanidad” — nombre dado por ellas mismas a esta acción — durante la cual se abrieron paso hacia el sur por 26 días a través de los campos agrícolas hasta la frontera con México.

El contingente sorteó ampollas y por momentos bajo un sol abrasador, presenció las arduas condiciones de los trabajadores migrantes en el campo, afrontó ruidosas manifestaciones fuera de los centros de detención, y compartió su mensaje con funcionarios públicos, la media y el público en general.

Seis madres estudiantes de UC Berkeley – Valeska Castañeda, Violeta Alvarez, Ami Bigit, Cindy Gonzalez, Melissa Padilla y Sandra Vences – organizaron una caminata de 350 millas en defensa de los derechos de los inmigrantes. (Video por Roxanne Makasdjian, Phil Ebiner y Cathy Cockrell)

Sus encuentros personales a lo largo del camino les ayudaron a iniciar “una conversación diferente,” particularmente con aquellos quienes “presenciaban y escuchaban su misión,” dice Castañeda, estudiante de 27 años, quien afirma: “Yo veía el cambio en sus ojos.”

Nueve niños, cuyas edades versaban entre los 5 y 12 años, caminaron con ellos. Crecían ante los ojos de sus madres, y alentaban a los más viejos cuando el cansancio los invadía: “‘¡No los escuchamos¡ ¿Qué queremos? Justicia. ¿Cuándo la queremos? Ahora.’ Ellos nos empujaban.”

Los zapatos del inmigrante

Para Castañeda la inmigración es personal y el peregrinaje a pie la condujo a “ponerme en los zapatos del inmigrante, los mismos zapatos que tanto mi madre como yo llevamos en nuestra ruta hacia este país.” A fines de los ochenta su madre, con ocho y medio meses de embarazo, huyó junto con su pequeña hija Valeska — quien aún no cumplía los dos años de edad — de una Nicaragua destrozada por la guerra hacia los Estados Unidos. Después de cruzar el Río Grande, fueron aprehendidas. Finalmente se les otorgó asilo y más adelante la residencia en los Estados Unidos.

women and children on TV

Vakeska Castañeda y otras “madres en marcha” y los niños aparecen en la televisión local de Bakersfield.

La historia personal de Valeska regresó a ella durante un descanso de primavera alternativo sobre temas migratorios, dirigido a los estudiantes y patrocinado por el Centro de Servicios Públicos de UC Berkeley. En las organizaciones comunitarias en Arizona, en las que Castañeda y otros estudiantes de la universidad realizaron trabajo voluntario, conocieron a inmigrantes recién llegados. Entre ellos, se encontraban madres y niños, de quienes escucharon relatos sobre sus caminatas extenuantes a través del desierto de Sonora, y sobre las violaciones a sus derechos humanos afrontadas en el caso de haber sido detenidos, ya en territorio estadounidense.

“Especialmente como madre que soy, cada día sufría un golpe,” señala Castañeda.

Wendy Hernández, también estudiante de American Studies, cuya familia huyó de la violencia en Honduras hacia tierras estadounidenses, opinó que el descanso de primavera alternativo, en el que ella también participó, les proporcionó la oportunidad de conocer a los activistas de la comunidad, quienes constantemente lidian con cadáveres en el desierto y con familias separadas. Fue la oportunidad para “abrir los ojos,” señaló.

A su regreso al Área de la Bahía, Castañeda, cansada y conmovida con la experiencia, quiso de alguna manera manifestar su postura y protestar ante la política migratoria de los Estados Unidos. Otros estudiantes insistieron en unírsele y “dimos un brinco a la frontera,” dijo Hernández, y fue de esta manera como nació “Un Sendero por la Humanidad.”

Emocionante recepción

Voces del sendero (Video por Roxanne Makasdjian, Phil Ebiner y Cathy Cockrell)

El grupo de madres caminó 350 millas “sin violencia y pacíficamente, tratando de humanizar lo que ha sido criminalizado,” apunta Castañeda. “Dimos un pedazo de nosotros mismos al Movimiento para la Libertad de Expresión (FSM) que nació hace 50 años en UC Berkeley. Continuamos ese legado y recogimos una parte de él en el camino.”

Como medida de seguridad, no publicaron su ruta. Sin embargo, noticias de su misión y sobre su paradero se esparcieron rápidamente entre los inmigrantes. “Las comunidades nos encontraron. ‘¡Las madres en marcha!’ Vinieron con comida, agua, dinero y palabras,” menciona Castañeda.

Muchos simpatizantes se unieron a la caminata y participaron en ella hasta donde pudieron. Un maestro del Condado de Fresno, Juan Sandoval, y su amigo Guadalupe Gutiérrez, vicepresidente de la Asociación Política Mexicana Americana, participaron junto con las madres desde el primer día y realizaron todo el recorrido hasta el final – acompañados por Paloma, el caballo de Sandoval, que apoyó a los niños al llevarlos una y otra vez sobre su espalda.

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Día 26, cerca de la frontera (UC Berkeley foto por Cathy Cockrell)

Las madres “están tomando acción, no solo reacción,” dijo Sandoval con admiración. “Si nosotros tuviéramos más gente como esta, podríamos cambiar el mundo.”

Gabriel Vences, de 59 años, se unió por varios días a su hija Sandra, otra estudiante. “Ha sido una experiencia maravillosa caminar por los campos y al mismo tiempo conocer la lucha que mi padre vivió como un inmigrante mexicano a principios de los setenta,” dijo Sandra. “Cuando hablamos con los camposinos, junto a sus inhóspitas condiciones de trabajo, ellos nos dieron esperanza a nosotras, y de la misma manera nosotras les dimos esperanza a ellos.”

“Un Sendero por la Humanidad” finalizó con una emotiva ceremonia en el cruce de la frontera de San Ysidro al sur de San Diego, ceremonia en la que danzantes aztecas consagraron el momento. Los niños se colgaron en la cerca para escudriñar hacia México, en el otro lado. “Las madres en marcha” abrazaron a sus hijos y pronunciaron discursos hasta llegar a las lágrimas.

Incluso antes de finalizar el sendero, Castañeda ya habia recibido correos electrónicos y de voz, en los que se le pregunta: “‘¿Harás esto otra vez para el siguiente verano? ¿Dónde puedo registrarme? ¿Caminarás por Texas, Oregon, Costa Rica?’

“Estoy reflexionando y meditando sobre lo que seguirá.”